jueves, 27 de agosto de 2009

Nuevas perspectivas

El proceso abierto por la crisis de la Monarquía española y las guerras de independencia en el Río de la Plata revela que la nación Argentina es el producto de una historia conflictiva de construcción no sólo de las formas de organización política sino también de la propia identidad nacional. Desde esta perspectiva, en los últimos 10 años se produjo una interesante renovación de temas de estudio con materiales poco explorados hasta el presente, así como una reformulación de preguntas a temas clásicos. Estas nuevas cuestiones las abordaré centrando mi exposición en tres temas: la identidad, la soberanía y la representación política.
Las formas de la identidad colectiva: En los últimos años se ha reexaminado la relación existente entre el proceso de Independencia y la formación de la Nación, a raíz de los nuevos indicios que revelaron la ambigüedad en la que se encontraba el sentimiento público en los inicios de la Revolución. Las diferentes expresiones del sentimiento público durante el tramo final de la crisis del antiguo orden y el principio de la Revolución, revelan que se podía ser español americano frente a lo español peninsular, rioplatense frente a lo peruano o porteño frente a lo cordobés. Es decir, que la existencia de elementos de diferenciación de los americanos con respecto a los europeos a fines del siglo XVIII, reconoce a menudo un origen diferente del de aquellos que se vincularon posteriormente con la emergencia de una identidad nacional durante el siglo XIX.
Un reexamen del uso de vocablos significativos como español americano, patria y ciudad, en el periodismo ilustrado anterior a la Revolución de Mayo, descubrió cómo formas de identidad tales como la de español americano y la de argentino cobraron una dimensión distinta de la que suele atribuírseles, y permitió comprender mejor su presencia y peso relativo en el proceso de gestación de una nacionalidad argentina. Esta perspectiva llevó al historiador José Carlos Chiaramonte a revisar el presupuesto de la existencia de una identidad nacional prefigurada a fines del período colonial. En efecto, Argentino habría surgido, antes de 1810, de un impulso de regionalismo integrador dentro del mundo hispano y en enfrentamiento a lo peruano debido a la rivalidad entre Lima y Buenos Aires. Por su parte español americano habría correspondido a una forma de identidad cuya génesis es la oposición regional americana a lo español.
Lo cierto es que estos vocablos no tradujeron la existencia de un sentimiento de nacionalidad unívoco, ni argentino, ni de otra naturaleza que estuviese por reemplazar al español. Argentino es sinónimo de habitante de Buenos Aires y sus zonas aledañas. El alcance territorial del término se expandió en la medida en que se consideró una relación de posesión por parte de la capital virreinal sobre el resto del territorio. De modo que la permanencia de los sentimientos de "americano" y "provincial", iniciado el proceso emancipador, no constituyeron adherencias extrañas a un presupuesto sentimiento "nacional" argentino, sino formas alternativas del sentimiento público. De las diversas formas de identidad colectiva que convivieron a fines del periodo colonial, se distinguirán con mayor claridad tres formas luego de 1810: la identidad americana, la urbana luego provincial y la rioplatense o argentina.
Por otra parte, en los primeros años de la Revolución nación remite tanto a la nación española como a la nación americana. La expresión nación argentina fue completamente desconocida al iniciarse el movimiento emancipador. La nación que se concibe hacia 1810 en el Río de la Plata exhibe así un aspecto concreto y territorial, es la reunión de sus componentes; es decir de los pueblos y provincias intendenciales. Estos rasgos no serían exclusivos del Río de la Plata, se encuentran asimismo en las argumentaciones de los diputados americanos a las Cortes de Cádiz donde el sustrato territorialista se vinculaba con las tradiciones y los principios del Derecho de Indias.
Sin embargo, la ruptura definitiva e irreversible del vínculo con la Corona española, que significó la declaración de la independencia en 1816, hizo desaparecer parte de esta ambigüedad de los referentes asociados a nación; a partir de ese momento, nación se vinculó en forma predominante a Río de la Plata. Pero lo cierto es que el concepto de nación, presente en los debates constitucionales entre 1813 y 1827, no remite ni a un pasado histórico ni a un pasado étnico sino a algo que se constituye sólo por la voluntad de sus asociados. La nación aparece claramente en asociación a Estado, congreso, constitución y forma de gobierno.
Finalmente, es en el vocablo los pueblos donde se encuentra una de las claves de la cuestión de la identidad política emergente con el proceso de emancipación. Pues, los pueblos, en el lenguaje de la época, fueron las ciudades convocadas a participar por medio de sus cabildos en la Primera Junta. Y fueron estos mismos pueblos, convertidos, luego de la retroversión de la soberanía del monarca, en soberanías de ciudad, los que protagonizaron gran parte de los acontecimientos políticos de la década. Con la caída del poder central en 1820, los pueblos tendieron a constituirse en Estados soberanos bajo la denominación de provincias.
Por: Dra. Noemí Goldman (Universidad de Buenos Aires/CONICET)

Nuevas perspectivas en la Historia de la Revolución de Mayo II

La provisionalidad de los gobiernos centrales y la cuestión de la soberanía.
En el transcurso de los 10 años que median entre la Revolución de Mayo (1810) y la caída del poder central (1820) se runieron dos asambleas con carácter constituyente (1813, 1816-1819). Sólo una de estas asambleas produjo un texto constitucional: el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud-América en 1819 que fue rechazado por las provincias debido a su carácter centralista. Los gobiernos revolucionarios que se sucedieron en esos años se constituyeron así en soluciones provisorias destinadas a durar hasta que se reuniera la asamblea constituyente que definiría y organizaría el nuevo Estado. De modo que la organización política del conjunto de los "pueblos" rioplatenses permaneció indefinida. Esta provisionalidad conllevaba una indefinición respecto a rasgos sustanciales; a saber: el de los fundamentos nacionales de los gobiernos centrales, los límites territoriales de su autoridad o sus atribuciones soberanas.
Pero hubo un instrumento preconstitucional que fijó provisoriamente las bases para la organización del nuevo Estado, el Reglamento Provisorio para la Administración y Dirección del Estado del 3 de diciembre de 1817 y que tuvo considerable trascendencia en todo el territorio. Muchas de sus disposiciones permanecieron vigentes en los pueblos luego de la caída del poder central, en la medida en que no fueron reemplazadas por leyes o textos constitucionales propios. No obstante, si este proceso pudo haber sido considerado por los gobiernos centrales y sus aliados en el Interior como una primera etapa hacia la organización de un Estado unitario, el hecho es que en distintos momentos del proceso los pueblos oscilaron entre la simple autonomía, la unión a los gobiernos centrales y las propuestas confederales de Artigas.
En la historiografía argentina se solía interpretar las expresiones autonómicas de los pueblos como resistencias de los partidarios del antiguo régimen contra los partidarios de un nuevo orden encarnado en los gobiernos revolucionarios. Otra interpretación vinculó esas expresiones con los efectos sociales de la guerra de independencia: los descontentos se habrían generado en todo el territorio del ex-Virreinato por los esfuerzos financieros exigidos desde Buenos Aires. Una tercera interpretación las ubicó como tempranas manifestaciones del federalismo. Más recientemente se ha llamado la atención sobre la necesidad de no confundir unitarismo con centralismo, luego de mostrar la existencia de tendencias a la unión de los pueblos del Interior con Buenos Aires, sin embargo opuestas a una administración centralizada.
Pero lo que hoy comienza a despejarse es la cuestión del carácter de esas expresiones autonómicas y de su relación con los fracasados proyectos constitucionales. Pues desde el inicio de la Revolución, lo que tejió gran parte de la trama política del período fue la coexistencia conflictiva de soberanías de ciudades con gobiernos centrales que dirigieron sus acciones tendiendo a definir una única soberanía rioplatense.
Así, una de las cuestiones que hoy se plantea es la de discernir, frente a una excesiva identificación de esas expresiones con formas federales, en qué medida la emergencia de la soberanía de los pueblos durante el proceso emancipador puede ser vinculada a una tradición, la del autogobierno de los pueblos, que las reformas borbónicas no habrían podido quebrar. Otra de las cuestiones, se vincula con la necesidad de comprender mejor el alcance y significado de las expresiones de defensa de los llamados "derechos de los pueblos". Bajo la defensa de esos derechos pudo caber tanto una declaración de independencia provisional del gobierno central en un momento de crisis como una manifestación de unión con Buenos Aires.

Representación política
La cuestión de la soberanía se vinculó asimismo con otro rasgo sustancial de la vida política de los meses posteriores a la Revolución: las prácticas representativas inauguradas por el nuevo poder. Por primera vez los habitantes del Río de la Plata empezaron a ser periódicamente convocados para elegir juntas gubernativas, diputados constituyentes, gobernadores y miembros de cabildos. Surgió así un espacio de actividad propiamente política, inexistente en la sociedad colonial, donde la política no aparecía como actividad diferenciada de la sociedad. Sin embargo, las nuevas formas representativas comenzaron rigiéndose por aquellas desarrolladas en España en ocasión de la convocatoria a diputados para las Cortes españolas de 1809. Durante la primera década revolucionaria todo el sistema de representación se encontraba así regido por la ciudad, y dentro de ésta limitado a la porción de habitantes que eran considerados vecinos según la tradición hispánica.
La definición moderna del concepto de ciudadano, como en el Estatuto de 1815 y se ajustó al principio de la soberanía popular y de la igualdad ante la ley. El Estatuto incorporó asimismo la representación de la campaña. Pero para la elección de diputados al Congreso de 1816, sólo excepcionalmente se realizaron elecciones en las campañas de las ciudades. Otro rasgo característico de este período (y de los que le seguirán hasta el acuerdo de San Nicolás de 1852) es el mandato imperativo, figura tomada del derecho privado castellano, en virtud de la cual los representantes electos eran apoderados de sus electores y debían limitar su actuación a las instrucciones que les eran dadas.
De esta forma, entre 1810 y 1820, en Buenos Aires coexistieron conflictivamente el Cabildo y los gobiernos centrales, dos ámbitos políticos de distinta naturaleza por su origen y por sus funciones. Sólo a partir de 1820, cuando el nuevo Estado provincial genere dos ámbitos de poder, el gobierno provincial, con su Junta de Representantes, y el Cabildo, se producirá una superposición de jurisdicción que llevará a la supresión del Cabildo; proceso que con variantes propias se llevó también a cabo en las demás provincias.

El legado de la Revolución
Con los términos "barbarización del estilo político", "militarización" y "ruralización" Tulio Halperín Donghi había puesto de relieve los efectos de la Revolución y la guerra de la independencia sobre las bases sociales del poder y el equilibrio social preexistente. En el interior mismo de la elite había observado un avance de la brutalidad en aquellos que participaron de la escuela administrativa y militar del poder revolucionario. Pero el cambio más notable se vinculó al poder cada vez más amplio que la coyuntura guerrera había conferido a las autoridades locales -militares, policiales y judiciales- encargadas de canalizar los recursos humanos y económicos de las zonas rurales. Sin embargo, a pesar del ascenso político de caudillos rurales, las modificaciones en el equilibrio del poder fueron más internas que exteriores al grupo dirigente. Pues los gobiernos centrales no dejaron de aconsejar a sus delegados en el Interior, la necesidad de reducir al mínimo las tensiones sociales con el fin de mantener el equilibrio interno de los sectores altos preservando la unidad de las familias.
Ahora bien, estas familias integraban sociedades locales que se incorporaron al proceso revolucionario reclamando parte de la soberanía antes depositada en el monarca. Al mismo tiempo, los gobiernos centrales y las asambleas constituyentes promovieron proyectos político-estatales de unidad mayor pero que no lograron plasmarse. De allí deriva el carácter provisional que los pueblos acordaban a los gobiernos centrales y las relaciones por momentos muy conflictivas que mantuvieron con ellos, mientras manifestaban su deseo de unión pero bajo formas que pudieron ir desde la simple alianza, la unión confederal hasta el Estado unitario. Y una prueba más de ello fue el caótico y conflictivo proceso de definición de una identidad colectiva luego de la crisis de la monárquica ibérica y del consiguiente vacío de poder en el que desembocó el Río de la Plata en 1810. La tendencia a definir una identidad política "nacional" coexistió así durante el período con otras que las precedieron: la hispanoamericana y la local. Aquí residiría entonces una de las claves más importantes para entender porqué, desaparecido el poder central en 1820, los esfuerzos de reorganización estatal se concentraron en lo que permaneció como el ámbito más real de unidad socio-política: la provincia.
En suma, las nuevas miradas aquí esbozadas, pretenden alcanzar, más allá del atractivo e influjo personal de los caudillos, una mejor comprensión de procesos que bajo la denominación de ''anarquía'' o ''barbarie'' fueron olvidados o permanecieron deformados en la memoria histórica de los argentinos.

Por: Goldman, Noemi
Para la redacción de esta conferencia la autora utilizó parte del material publicado en: Revolución, República, Confederación (1806-1852), Tomo 3 de la Nueva Historia Argentina, Editorial Sudamericana, 1998. Fecha de aparición: junio de 1999.

domingo, 23 de agosto de 2009

El peligro de perder la Memoria

Hace muchos años visito el edificio de la avenida Alem. Conocí personalmente su grave deterioro y padecí en carne propia la falta de las más mínimas comodidades junto con colegas argentinos y extranjeros, para vergüenza nacional. La mayoría de sus directores trataron de hacer algo para mejorar la situación, pero se encontraron con un problema vital: la falta de presupuesto y el olvido o "ninguneo" de la institución por parte del Ministerio del Interior, del cual depende. En la década pasada hubo un gran proyecto de trasladar el Archivo a un edificio acorde con sus necesidades, pero no llegó a concretarse, aunque sí se cambió el mobiliario y se arreglaron los sanitarios y algunas falencias edilicias. También comenzaron desinfecciones una o dos veces por mes los días viernes a partir de las 14, por lo que se acortó el horario de atención al público tres horas.
Muchas falencias se pudieron superar, además, por la labor digna de destacar del personal del Archivo, que siempre con la mayor buena voluntad y predisposición ha atendido a los investigadores. Todos somos conscientes de la necesidad de digitalizar y utilizar los medios más modernos para preservar el patrimonio documental, incluyendo los archivos sonoros, fílmicos y gráficos, pero mucho mayor es la necesidad de contar con un edificio en condiciones, algo por lo que se viene bregando desde hace mucho tiempo.
Durante años los directores fueron nombramientos políticos, sin llamado a concurso, y el funcionario designado padeció el ostracismo de la falta de medios para mejorar la realidad. La llegada de José Luis Moreno, a propuesta de numerosos historiadores, significó una luz de esperanza, por la probidad y eficiencia de su gestión. Hizo mucho con contados recursos y tanto más esperábamos de su gestión. Abierto al diálogo franco, sin exclusiones ideológicas, nos manifestó en un par de ocasiones los reclamos que hacía al Ministerio para atender las más elementales necesidades.
En las vísperas del Bicentenario se abre un nuevo interrogante: de seguir sin recursos el Archivo, corremos el grave riesgo de perder la memoria de más de 400 años de historia. Es hora de que el Poder Ejecutivo y el Legislativo adviertan que ya no hay tiempo que perder.
Por: Roberto L. Elissalde. (Publicado en La Nación el 19/08/2009

sábado, 15 de agosto de 2009

Plan de Operaciones, 1810

"Ya que la América del Sud ha proclamado su independencia, para gozar de una justa y completa libertad, no carezca de las luces que se le han encubierto hasta ahora y que pueden conducirla en su gloriosa insurrección. Si no se dirige bien una revolución, si el espíritu de intriga, ambición y egoísmo sofoca el de la defensa de la patria, en un palabra: si el interés privado se prefiere al bien general, el noble sacudimiento de una nación es la fuente más fecunda de todos los excesos y del trastorno del orden social. Lejos de conseguirse el nuevo establecimiento y la tranquilidad del interior del estado que es en todos tiempos el objeto de los buenos, se cae en la mas horrenda anarquía, de que se siguen los asesinatos, las venganzas personales, y el predominio de los malvados sobre el virtuoso y pacifico ciudadano".
Mariano Moreno. "Plan de Operaciones", 1810.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Memorias contra Memorias

La investigación histórica sobre momentos importantes de nuestro pasado tiene un importante componente artesanal por fuerza de las condiciones en las que debe desarrollarse.
Se busca echar luz sobre tantas sombras y opacidades a base de archivos personales, testimonios recortados, memorias parciales; y esto es así, en primer lugar, por el desguace que han sufrido nuestros archivos nacionales, como reflejo de los agujeros infligidos a nuestra memoria histórica.
No sólo por parte de quienes ocuparon de hecho o de derecho responsabilidades de Estado y desatendieron, olvidaron o, peor aún, destruyeron o se llevaron a sus casas documentos públicos con valor histórico.
También por la escasa cultura del testimonio y la autobiografía honesta por parte de personajes y personalidades públicas.
Son taras que todavía está sufriendo nuestro país y demuestran que nunca se agota el viaje al pasado para encontrar piezas que nos ayuden a reconstruir caminos y horizontes. Por eso seguramente el éxito que tienen libros que buscan reconstruir esos fragmentos, hechos, procesos, biografías personales o colectivas.
Por: Fabián Bosoe

Van por el Archivo General de la Nación

Nota por el Archivo General de la Nación. La siguiente nota debe contar todo nuestro apoyo.
Se ruega a los que quieran estar incluídos, lo hagan con prontitud. Se requiere el nombre y DNI.
Pueden enviar sus datos a este correo: archivosargentinos@gmail.com

Buenos Aires, 10 de agosto de 2009

Situación del Archivo General de la Nación (AGN)

En el día de la fecha el Secretario de Interior le ha solicitado la renuncia a su cargo de Director General del Archivo General de la Nación al Lic. José Luis Moreno.
La situación del Archivo General de la Nación es preocupante. El creciente deterioro de las condiciones edilicias, reiteradamente señaladas por el Lic. Moreno, pone en riesgo la guarda y conservación de los documentos que le han sido confiados y que son vitales para la comprensión y estudio de nuestra historia.
La continua demora en implementar los proyectos de digitalización y modernización que han sido autorizados por decreto presidencial, que destina fondos para esa empresa, presagian peores momentos.
La Dirección General a cargo del Lic. Moreno constituía una garantía de probidad y eficiencia. Durante su gestión se avanzó en proyectos que abarcaron desde la participación en el proyecto de modernización hasta el reestablecimiento de la relación del AGN con las organizaciones archivísticas internacionales, pasando por la capacitación del personal y el intento de reorganizar técnica y funcionalmente al AGN. El pedido de renuncia es una demostración palpable de la desidia con la que las autoridades del Ministerio del Interior encaran su gestión del Archivo General.
Los abajo firmantes, ciudadanos preocupados por nuestro acervo documental, historiadores, investigadores y estudiosos de nuestro pasado manifestamos nuestra preocupación y solicitamos que el Gobierno Nacional tome las medidas adecuadas para garantizar la guarda y conservación de nuestros documentos, como así también que la Dirección General del AGN sea encomendada a quien pueda exhibir los títulos suficientes para ejercerla, tal como los posee el Lic. Moreno.

sábado, 8 de agosto de 2009

Saavedra


Nació en las cercanías de Potosí, el 20 de febrero de 1761. Vino de niño a Buenos Aires y estudió filosofía en el colegio de San Carlos. Dedicado al comercio, consiguió labrarse una posición y en 1799 fue elegido regidor del Cabildo. A fines de 1806, cuando la ciudad se preparaba para resistir a una probable segunda invasión inglesa, se le nombró jefe del regimiento que se llamó de Patricios, por que se compuso de americanos voluntarios. Al frente del Regimiento que había organizado y disciplinado, tomó parte activa y decisiva de la Defensa en julio de 1807, y desde entonces Saavedra vino a ser la columna en que se asentaba el prestigio y el poder de Liniers. Cuando se desarrollaron los sucesos de 1º de enero de 1809, Saavedra con sus tropas decidió a Liniers para que se mantuviese en el mando. Conociéndose sus ideas, fue visto para que entrase en el movimiento emancipador, y aceptó.
Su voto prevaleció en el Cabildo abierto de 22 de mayo de 1810, expresándose que "subrogase el mando superior que obtenía el virrey en el Cabildo, interín se formase la Junta que debía ejercerlo, la que debería ser elegida en la forma y modo que estimase el Cabildo, a quien el pueblo le confería la autoridad." El Cabildo le nombró en la junta que tenía que actuar bajo la presidencia del virrey, pero en la sesión del 25 tuvo que variar la composición de esta autoridad y respetando la exigencia de la petición popular, le nombró presidente de lo que sería el primer gobierno patrio.

Una Revolución Burguesa a la criolla

Como buenos burgueses, nuestros próceres pusieron sus preocupaciones intelectuales en cómo incrementar las ganancias. En sus periódicos, además del libre comercio, se hacía especial énfasis en la necesidad de la defensa de la propiedad, a cualquier precio, y en la mala conducta de los trabajadores. En 1801, el gobierno apresa al cabecilla de una banda de salteadores, el capitán Curú. El reo es traído a Buenos Aires. El Telégrafo Mercantil lo celebra y relata lo sucedido de este modo:
“¡Qué amparo y seguridad tendrían los habitantes de nuestras campañas, en sus vidas y haciendas, si la mano fuerte de la Justicia no los hubiese preso, si no los hubiese ahorcado, descuartizado al capitán Curú, cortado a todos las cabezas y manos alevosas y fijado estos horribles signos para escarmiento de otros, en los lugares mismos donde perpetraron sus delitos!”
En 1810, Belgrano escribe azorado: “La falta de peones es otro entorpecimiento grave para los labradores, no porque efectivamente falten sino porque no hay celo en que tantos anden vagos sin quererse conchabar. Y como no hay quien los compela al cumplimiento de sus deberes, sigue el mal arruinando hasta que se les ponga a éstos en estado de sumisión”. Nuestro prócer propone eliminar las fuentes alternativas de vida. Para ello, haría falta:
“Empadronar toda la campaña para estorbar muchos desórdenes ejecutándolo los jueces con toda prolijidad, que así teniendo los Alcaldes sus padrones sabrán cuáles son vagos, descubriéndose asimismo el que no tiene modo de mantener su familia sino del robo”.
La dirección burguesa no podía actuar sola. Los revolucionarios tuvieron que trazar una serie de alianzas con clases explotadas. ¿Quiénes eran? Dejaron poco rastro, pero pudimos acceder a los datos de algunos milicianos que participaron en los diferentes levantamientos y en la semana de mayo. En particular, los del Cuerpo de Patricios. En su mayoría eran “artesanos” y, en segundo lugar, “jornaleros”. Los primeros eran pequeños productores de artículos manufacturados. Tenían tienda propia o trabajaban para un patrón. Pero, en virtud de su saber, podían acumular algo de dinero para ponerse su propio local. Los “jornaleros”, en cambio, eran trabajadores sin especialización, que podían emplearse en la ciudad o en el campo.
Estas clases fueron convocadas a la movilización y al armamento en 1806 y permanecieron muy activas. Los alistados permanecían con las armas, los oficiales se elegían en asamblea y en los cuarteles se discutía de política.
Por: Fabián Harari (Publicado en Diario Crítica de la Argentina, el 25/05/09).
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