domingo, 4 de julio de 2010

Sobre la historia

El 1º de julio es el día del "historiador"; fecha elegida debido a que en ese día de 1812, el Primer Triunvirato emitió un decreto por el cual el gobierno "ha determinado se escriba la historia filosófica de nuestra feliz revolución". El trabajo de la primera historia argentina recayó en el Deán Gregorio Funes, autor del Ensayo de la Historia Civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán.
El hombre siempre manifestó la necesidad de contar sus experiencias, como individuo y como sujeto social. En sociedades ágrafas el relato oral, única vía para transmitir vivencias propias o escuchadas de terceras personas, necesitaba la concurrencia de público y narradores en un mismo espacio y tiempo.
El narrador siempre resigna referencias verificables para dar lugar a la intriga, a la aventura, a la historia. Ningún narrador pretende emular a Funes, el memorioso, de Jorge Luís Borges, capaz de relatos tan pormenorizados como carentes de análisis. Los relatores de historias no siempre sienten la obligación de la veracidad, sólo tienen que ser verosímiles, creíbles. Aquellos contadores de La Ilíada o La Odisea, no se cuestionaban por no diferenciar lo posiblemente humano de lo fantástico; tampoco lo hacían los oyentes, destinatarios pasivos y acríticos pero siempre presentes. Con la escritura aparecieron libros de historia y los relatos dejaron de ser fugaces impresiones para dar lugar a posibilidades de reflexión, consultas meditadas, cuestionamientos. También se superó la relación tempo espacial; la historia escrita nos permitió conocer escenarios no visitados y tiempos no vividos, sin la mediación del narrador en cuerpo presente. Desde Heródoto, la Historia como Memoria Humana pasó a ser una memoria más profunda y universal.
Tucídides superó las narraciones históricas que proponían explicaciones mágicas, cuando busco los motivos que provocaron la Guerra del Peloponeso. Explicaba a un público no presente, no necesariamente conocedor, las causas de un acontecimiento dejando de lado la intervención de los dioses para dar paso a las responsabilidades de los humanos en la construcción de su propio pasado. Con la aparición de las religiones de grandes masas, la inquietud por las causalidades humanas dejó de ser prioritaria y las causas últimas tanto como las primeras, fueron consideradas como parte de un Plan Universal. La fuente de conocimiento dejó de ser empírica o documentable y pasó la Biblia a ser fuente de Verdad única.
El desarrollo tecnológico aplicado y sostenido a partir del S XV, permitió la producción y circulación de conocimientos y las intencionalidades de relatos históricos se diversificaron. De este modo, la Revolución Francesa apuntó al desarrollo de ciudadanos, la valoración del Hombre y sus Derechos Universales; pero no mucho tiempo después, la política francesa se inclinó por relatos históricos que formaran patriotas, subordinando así al Hombre a las instituciones o sentimientos propios de la sociedad en donde vivía. El objeto de la Historia, la investigación y difusión de los hechos de los hombres en el pasado, siguió siendo el mismo pero no necesariamente eran las mismas conclusiones porque las motivaciones podían ser tan diferentes, como diferentes comenzaban a ser los criterios de verdad empleados. Las historias dejaron de ser universales y la Verdad dejó de escribirse en singular y perdió su omnipotencia.
Hoy, el historiador prohijado por el Estado o por fortunas personales, comparte su podio con los surgidos de las universidades democráticas, con investigadores sin títulos profesionales, con los que recogen voces en los pueblos levantando memorias olvidadas. Los historiadores tienen hoy un campo de investigación mucho más amplio, mejores herramientas, interlocutores que cuestionan, y sus obras nos aproximan al Conocimiento desde diferentes ángulos sin pretensiones de apropiación de la Verdad absoluta. Los docentes de historia de hoy, tenemos para estudiar y que estudiar, mucho y más variado que nuestros antecesores, en la búsqueda de que nuestros alumnos se formen en la diversidad y con espíritu crítico, para que en las Memorias de la Humanidad no se excluya a través nuestro al gran protagonista: el pueblo.
Juan Carlos Ramirez.

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